Era lunes. Diez y media de la mañana. Sus ojos se abrían lentamente al son del odioso ruido que, cada día y a la misma hora, le ofrecía el despertador. La destellante luz solar que atravesaba la ventana penetraba en su pupila creándole un conjunto de colores vistosos producidos por su imaginación. Apenas había dormido. La acidez y el gusto amargo patente en su boca, le producían náuseas y continuas ganas de vomitar. Pero a pesar del visible temblor de manos, del insomnio, de la impotencia sexual y de la dificultad de coordinación de ideas, José Albal seguía teniendo una verdadera necesidad de consumir bebidas alcohólicas.
Era perezoso. Sabía que tenía que levantarse y abandonar el lecho, pero ese acto era superior a sus fuerzas y siempre creía que llegaba tarde al trabajo. No quería hacerse a la idea de que le habían despedido y que no querían ni verle por la universidad. Después de lavar con dificultad su barbuda cara y peinar sus cortos y escasos cabellos, se dirigía a la pequeña y desordenada cocina, donde como cada mañana tomaba una taza de whisky con un poco de café frío, hecho del día anterior, y una rebanada de pan seco con un poco de mermelada. A continuación, cogía aquel maletín marrón que se sostenía apoyado en la pared del recibidor. Era un maletín viejo y no muy limpio, pero no por eso inutilizable. Le había acompañado durante su larga carrera como profesor. Desde los inicios, desde el primer día en la Universidad de Barcelona, desde el día que se lo entregó su madre como regalo de cumpleaños. Y, por eso, jamás lo abandonaría mientras sirviese para transportar sus libros y libretas, o esas carpetas donde los profesores apuntan las faltas de sus alumnos.
Después de recoger el maletín del suelo, miraba hacia el espejo situado al lado de la puerta que daba salida a la calle y, al no poder soportar la horrenda figura de aquel varón desarreglado y pordiosero que reflejaba el cristal, salía a toda prisa y sin despedirse de nadie. Era un hombre solitario y no por gusto propio, sino porque nunca tuvo oportunidad ni valentía como para relacionarse con personas del sexo opuesto. En su juventud nunca hubo ninguna relación que superase el tiempo de una semana. Todas las chicas que pasaron por su vida, y que no fueron más de cinco, le dejaron por una u otra razón y él jamás se lo reprochó a ninguna de ellas. En el fondo no le importó que le abandonasen, prefería estar solo y vivir la vida a su manera. Pero la monotonía del día a día llegó a afectarle de tal forma, que su vida pasó a ser un cúmulo de visiones e imaginaciones creadas por su fatigada mente, dirigida por el alcohol. Poco a poco había ido cayendo en las poderosas redes de esa peligrosa bebida, que consiguió arrancarle de sus clases, de sus alumnos, de sus escasos amigos, de la vida en sociedad y de la única mujer que le quedaba en vida, su madre.
Se había convertido en una persona completamente ebria y poco faltaba para poderle nombrar vagabundo. Gracias a Dios, disponía absolutamente de su casa, que pudo comprar y pagar al contado, en aquella afortunada época de su juventud donde todavía la suerte le acompañaba. Pero ahora su vida se basaba en el frenesí y la desmesura.
Eran las 4:3Oh de la tarde. La mañana había transcurrido sin ninguna novedad. José había estado deambulando por las sucias calles de la ciudad, recorriendo el mismo camino que solía hacer cuando le apetecía contemplar la magnífica y voluminosa iglesia, situada junto a la catedral. Le encantaba oír la música originada por las campanas suspendidas en el interior de la azotea que, acompañadas por el murmullo de un palomar, le producía un efecto sedante mediante el cual no se percataba de nada de lo que hacía.
Horas más tarde, cuando el día se había refugiado y José se hallaba vagando por los infinitos callejones de Barcelona, el cielo azul empezó a oscurecerse, tomando poco a poco un color cada vez más grisáceo e iniciando así el diluvio que acabaría con toda la inmundicia depositada en el suelo de la ciudad. José había estado bebiendo toda la tarde como de costumbre. Por esa razón, y a pesar de que sabía que tenía que proteger su cuerpo de carcamal, no pudo recordar el camino de vuelta a casa. Pálido como un monje y completamente empapado, pero sin soltar la garrafa de vino, logró introducirse en un parque cercano y ponerse a cubierto en la caseta del jardinero.
Minutos después, la inmensa lluvia empezó a cesar transformándose en diminutas gotas de fuerza tan escasa que ni matarían a un pequeño insecto. José dejó a un lado la caseta y mientras se dirigía zigzagueando a la salida del parque avistó a su derecha y con mucha dificultad algún movimiento que le asustó e hizo poner en marcha su imaginación. José creía que entre esos árboles se ocultaba algo imposible de precisar: criaturas infinitas, monstruos espeluznantes… Esa curiosidad, aquel fisgoneo, la inquietud por descubrir qué se escondía detrás de los arbustos, junto a su pobreza física, el exceso de alcohol que corría por sus venas y la enorme confusión que existía en su mente, le hicieron enloquecer.
Rebuscaba explicaciones de su miserable vida y de su ya indiferente carácter, sin hallar respuestas. Y acabó buscando por el suelo arenoso algo, un instrumento punzante para acabar con su vida y poder limpiar, de ese modo, su cuerpo y su alma de impurezas. Encontró una botella de vidrio vacía y rota, con la que pudo atravesar su pecho y profundizar hasta traspasar su agitado y cansado corazón. Murió en el acto.
Lo que se escondía detrás de las plantas, resultó ser un simple gorrión que, asustadizo, alzó el vuelo y desapareció en la oscuridad de la fúnebre noche.
CUENTO «UN SIMPLE GORRIÓN»
17 marzo, 2010 por Yolanda
Hola a tod@s!
Este cuento lo he publicado al completo a petición de Sergio. Espero que os guste.
¡Hola guapa!
En primer lugar mil perdones por no haberme parado antes a leer este cuento completo ya que fui yo el que te lo requerí. Y en segundo lugar me gustaría realizar un comentario que espero sea constructivo:
Me ha gustado mucho la idea y es el tipo de cuentos que yo escribo, cortos, pero intensos; sin embargo echo de menos algunas cosas. En primer lugar no me da la sensación de que el desarrollo alcance el clímax necesario para el desenlace. No he llegado a apreciar la angustia y desesperación que harían al protagonista llegar a su fatídica conclusión.
La parte final la he encontrado presurosa, como queriendo llegar a la conclusión sin tomarse el tiempo suficiente como para entramar un poquito más el ambiente y la situación en la que se encontraba en el parque.
De lo que sí que me he percatado es de que tienes mucha capacidad para contar exactamente lo que quieres decir sin demasiados adornos y eso es muy bueno, aunque como te digo en este me ha faltado cierto desarrollo. Eso si, estoy seguro de que tienes por ahí escondidas verdaderas joyas literarias.
Bueno, espero que no te sienten mal mis apreciaciones y que te sirvan para seguir adelante. Yo hace mucho que no escribo, pero tengo intención de volver a ello cuando el tiempo me lo permita.
¡Un beso muy grande!
¡Hola Sergio!
Realmente, te tengo que dar la razón en todo lo que has dicho.
Como bien apuntas es un cuento corto. Cuando tengas el libro en tus manos podrás ver que hay cuentos que escribí hace unos diez años, para una asignatura del instituto (como explico en el prólogo). Y éste, en concreto, es uno de ellos. Es verdad que el desarrollo del cuento no profundiza mucho en la historia del protagonista, pero esque sólo me dejaban entregar dos hojas y yo ya me excedí entregando tres…..
Debería haberlo modificado, ahora que era «libre» para hacer lo que quisiera, jejeje, pero no lo hice.
Teniendo en cuenta tus sabias apreciaciones me las apunto para la próxima vez. Gracias por todo.
1 saludo y que vaya bien!
Pues habré de esperar, como tú bien dices, a tener el libro en mis manos. De todas formas y por si te sirve (a mi me sirvió y mucho), un amigo escritor (de los que ganan concursos y tienen editor y esas cosas) me dijo que es importante que al terminar de escribir algo lo dejes olvidado en un cajón una temporada, ya que pasado un tiempo, cuando lo vuelves a leer, lo ves desde otro ángulo que ayuda a corregir y mejorar mucho el resultado final.
¡Un besote!